UNA HISTORIA…
De algún modo, ella tenía siempre que ver con todas las cosas que él vivía cada día…
No podía pensarse que aquel hombre despertara sin dedicarle los últimos sueños de la noche anterior y los primeros pensamientos llegados junto con el alba del nuevo día. De manera inexorable aparecía ella de entre las ideas, como surge el brillo del rocío con la claridad del amanecer. La imagen de esa mujer lo invadía por completo y lo aprisionaba dulcemente hasta dejarlo sólo con suspiro: ella.
Todo se convertía en ella; todo se impregnaba de ella; todo llevaba hasta donde ella. Esos momentos se proyectaban como una película que traía el pasado de regreso; el retorno de aquellos instantes juntos dotados de innumerables significados: la mirada tierna y profunda de aquella mujer, el brillo de sus ojos angelicales, la sonrisa suave, la voz sutil, el color tenue de su piel, el toque ligero de sus manos delicadas, el abrazo estremecedor que trastocaba las más recónditas fibras de lo que es sensible. Volvía así, aquella presencia de ella que todo lo llenaba en la memoria de él, en sus anhelos, en su vida entera.
Las emociones llegaban acompañadas del día… Pensar en hablarle, en decirle lo importante que era para él; hablarle del amor que sentía, de cómo la vida se tornaba en optimismo y felicidad a su lado; comentarle de todas las cosas buenas que se sucedían una a otra cuando se trataba de ella. Pensar también en hacerle saber hasta dónde la quería, lo que la extrañaba, la gran necesidad que tenía de verla, de verse reflejado en el fulgor de sus ojos; expresarle, casi con devoción, el mundo de dicha que ella representaba, la adoración que le provocaba, las ilusiones multiplicadas que nacían, las gratas sensaciones que experimentaba, las variadas pasiones que florecían, las ganas… la infinidad de anhelos... Finalmente, poderle manifestar, casi hasta el cansancio, todo su amor, lo mucho que la amaba.
Él disfrutaba cada atardecer recordándola. El crepúsculo simbolizaba la esperanza de volverla a ver y al llegar la noche, la jornada se resumía en todas las cosas buenas que el día había traído gracias a ella. Cada astro en el firmamento representaba un valioso significado de amor. La noche traía también, la posibilidad de soñar… que los sueños pudieran materializar tantas ilusiones…que las ilusiones le arrancaran pedazos a la realidad, volviéndose amor tangible. Esas ilusiones nacidas espontáneamente en el seno del cariño más puro: el de una mirada natural, bella e intensa.
Así transcurría todo... los sentimientos y pensamientos vinculados a ella, iban y venían a lo largo del día, todos los días…siempre.
Porque esa vida le había obsequiado ella a él, tal vez sin percatarse de ello; lo había hecho de manera generosa y desinteresada, le había dado un regalo que significaba ganas de vivir con plenitud, una plenitud que sin ella era difícil alcanzar. Sin embargo, aquella mujer parecía no darse cuenta de ello… Temía no fuera cierta esa condición de embeleso, esa realidad de enamoramiento que veía en él. Desconfiaba, más que de forma natural, de todas esas cosas que le estaban sucediendo… Se negaba a aceptar que él estuviera entregado a su encanto.
En fin, eso no importaba. Todo iba hacia adelante… Así era ella, así también, él la amaba…la amaba cada vez más.
De algún modo, ella tenía siempre que ver con todas las cosas que él vivía cada día…
No podía pensarse que aquel hombre despertara sin dedicarle los últimos sueños de la noche anterior y los primeros pensamientos llegados junto con el alba del nuevo día. De manera inexorable aparecía ella de entre las ideas, como surge el brillo del rocío con la claridad del amanecer. La imagen de esa mujer lo invadía por completo y lo aprisionaba dulcemente hasta dejarlo sólo con suspiro: ella.
Todo se convertía en ella; todo se impregnaba de ella; todo llevaba hasta donde ella. Esos momentos se proyectaban como una película que traía el pasado de regreso; el retorno de aquellos instantes juntos dotados de innumerables significados: la mirada tierna y profunda de aquella mujer, el brillo de sus ojos angelicales, la sonrisa suave, la voz sutil, el color tenue de su piel, el toque ligero de sus manos delicadas, el abrazo estremecedor que trastocaba las más recónditas fibras de lo que es sensible. Volvía así, aquella presencia de ella que todo lo llenaba en la memoria de él, en sus anhelos, en su vida entera.
Las emociones llegaban acompañadas del día… Pensar en hablarle, en decirle lo importante que era para él; hablarle del amor que sentía, de cómo la vida se tornaba en optimismo y felicidad a su lado; comentarle de todas las cosas buenas que se sucedían una a otra cuando se trataba de ella. Pensar también en hacerle saber hasta dónde la quería, lo que la extrañaba, la gran necesidad que tenía de verla, de verse reflejado en el fulgor de sus ojos; expresarle, casi con devoción, el mundo de dicha que ella representaba, la adoración que le provocaba, las ilusiones multiplicadas que nacían, las gratas sensaciones que experimentaba, las variadas pasiones que florecían, las ganas… la infinidad de anhelos... Finalmente, poderle manifestar, casi hasta el cansancio, todo su amor, lo mucho que la amaba.
Él disfrutaba cada atardecer recordándola. El crepúsculo simbolizaba la esperanza de volverla a ver y al llegar la noche, la jornada se resumía en todas las cosas buenas que el día había traído gracias a ella. Cada astro en el firmamento representaba un valioso significado de amor. La noche traía también, la posibilidad de soñar… que los sueños pudieran materializar tantas ilusiones…que las ilusiones le arrancaran pedazos a la realidad, volviéndose amor tangible. Esas ilusiones nacidas espontáneamente en el seno del cariño más puro: el de una mirada natural, bella e intensa.
Así transcurría todo... los sentimientos y pensamientos vinculados a ella, iban y venían a lo largo del día, todos los días…siempre.
Porque esa vida le había obsequiado ella a él, tal vez sin percatarse de ello; lo había hecho de manera generosa y desinteresada, le había dado un regalo que significaba ganas de vivir con plenitud, una plenitud que sin ella era difícil alcanzar. Sin embargo, aquella mujer parecía no darse cuenta de ello… Temía no fuera cierta esa condición de embeleso, esa realidad de enamoramiento que veía en él. Desconfiaba, más que de forma natural, de todas esas cosas que le estaban sucediendo… Se negaba a aceptar que él estuviera entregado a su encanto.
En fin, eso no importaba. Todo iba hacia adelante… Así era ella, así también, él la amaba…la amaba cada vez más.
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